El chasquido articular tiene un algo, un nosequé, que unas veces nos atrae y otras nos repele, dependiendo del cómo y el dónde del crujido en cuestión. Pensemos en ese catacroc que todos hemos oído alguna vez en la sala de cine, durante una de esas secuencias de acción, en las que el villano desalmado o el héroe furibundo, administran leña y mamporros a diestro y siniestro. En un momento dado, un figurante del montón se ve apresado entre un par de antebrazos musculosos que aplican una violenta torsion y, catacroc: un pescuezo quebrado y un figurante.menos. A mí esa escena siempre me ha dado mucha grima. Por un momento, el puñado de palomitas en la mano se me quedaba en stand-by a ese lado de la butaca.
Y sin embargo, hay otros catacroc más de andar por casa que gozan de prestigio suburbial, sobre todo entre la chavalada. Que levante la mano el que en plena adolescencia no se haya dado ese gusto, casi un vicio, de crujirse los nudillos u otros huesitos de los dedos. Y quién no ha confiado en ese colega aficionado a las artes marciales y experto en chascar la espalda que te rodeaba con los brazos por detrás mientras tú mantenías los codos replegados sobre el pecho, o en el amigo (por lo general más mazado que tú) que te cargaba en decubito supino como en una especie de potro de tortura y con un par de sacudidas te hacía tronar las lumbares. Leyendas urbanas de instituto: a mayor catacroc, peor tenías la columna. El ruido intervertebral como síntoma de una muy necesitada realineación del esqueleto adolescente.
Catacroc o el morbo nunca confesado de hacer equilibrios en la frontera de la recolocación terapéutica y la lesión medular irreversible: es la atracción y repulsión simultánea que experimentamos por los chasquidos articulares de la espalda, cuello y/o la cadera. Quien se haya puesto en manos de un osteópata sabrá de lo que estamos hablando.
Al parecer, no existen pruebas concluyentes de que estos sonidos no sean más que el resultado de las diferencias de presión que acontecen en los compartimentos estancos sobre los que pivota el movimiento articular. Lo que si resulta fascinante es conocer el cómo y el porqué de esos crujidos inquietantes que se producen en el interior de la articulación.
La bolsa de líquido sinovial viene a ser como una colchoneta de aceite hermética que hace posible el movimiento articular, amortiguando un rozamiento y desgaste de los huesos que de otra forma daría al traste con ellos en un santiamén. Entre otras cuantas cosas, lo que diferenciaba a Rudolf Nureyev de un muñeco de Minecraft es, precisamente, ese juego articular armonizado que le permitía ejecutar pliés, jetés, spagats y toda una suerte de piruetas hermosas cuando bailaba sobre el escenario.
Existen determinadas sustancias que sólo se mantienen en estado líquido cuando se dan unas condiciones de presión determinadas. El líquido sinovial, a lo que parece, es una de esas sustancias. La presión interarticular, es decir, la que existe en el seno de la bolsa de líquido sinovial, es de -3,5 atmósferas. Así, cuando comprimimos de alguna manera la articulación, sucede que también alteramos esas condiciones de presión, y es en ese momento cuando parte de ese líquido comienza a bullir, a gasificarse o, dicho de otra forma, a hacer pompitas en el interior la bolsa. Por esas cosas de la estanqueidad esas burbujitas no van a ninguna parte: afortunadamente, las articulaciones no se descorchan como las botellas de champán; no hay masacre de líquido sinovial ni salpicaduras truculentas en el batín del fisioterapeuta que acaba de poner orden en tu espalda baja. De esta forma, esas pompitas, privadas de una vía de escape, están condenadas a colapsar sobre sí mismas y reintegrarse en el líquido sinovial del que intentaron escapar. Ese colapso o implosión múltiple es, precisamente, el catacroc que escuchamos cuando se extralimita -controladamente- el rango normal de movimiento de una articulación.
Todo esto nos parece muy interesante, y de ahí que desde nuestro blog de QiSen queramos compartirlo contigo. Sentido común por delante, nos atreveremos a decir que el pequeño chasquido, sin dolor de por medio, que pudieras experimentar sobre la cama de masaje no es más que lo que sucede en el interior de esa colchoneta intraarticular cuando retorna a su posición inicial después de un estiramiento controlado. Igual que sacudimos un edredón de plumas para mullirlo, nuestras presiones y estiramientos consiguen un “reseteo” de la articulación involucrada, que retorna a esa especie de neutralidad articular desde la que reiniciaremos nuestros movimientos cotidianos tras una agradable sesión de masaje. Catacroc, catacric, pop-pop, chas… son sonidos que quizá no sean más que la forma en que nuestras articulaciones expresan su satisfacción por el estiramiento recibido.